Debería estar presentándome en la feria del libro de una ciudad lejana, exhibiéndome en ella, firmando ejemplares de mis novelas, fingiendo entusiasmo, pero estoy en casa, en la isla, en pijama, a seis horas en avión de aquella ciudad distante, melancólica. Debería estar aliviado por no haber viajado a medianoche. No lo estoy. Me torturan la culpa y el remordimiento por no haber cumplido en asistir a un acto literario que anunciaba mi presencia, como si fuera gran cosa. ¿Por qué no he viajado, por qué no hemos viajado mi esposa, nuestra hija adolescente y yo? Por un número de