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Depp, el corsario que usa gafas

Depp, el corsario que usa gafas



Nuestro ilustre de hoy, Johnny Depp, es un narciso que se nos ha puesto gordo, y un actor que más bien ha dejado de serlo, porque casó con Amber Heard , y empezó el peliculón de despiste de su propia vida, incluyendo el juicio planetario más o menos reciente, donde ganó, aunque yo creo que ha salido perdedor. Ahora le da mucho a la guitarra, un vicio antiguo en él. Y viene a Madrid, y a San Sebastián. Y presenta una película inspirada en la biografía convulsa de Modigliani . Antes, ha asomado donde Pablo Motos, aunque yo le veo más bien un invitado de Broncano. Lo que pasa, todavía, con Johnny Depp es que se disfraza, pero no se nota. Hay que valer. Ha llegado al dandismo del ‘hippismo’ o a la etiqueta de la bohemia. Es un elegante, a su pesar. Estamos ante un tipo del que nadie diría que se ha mirado mucho al espejo. Pero casi vive con un espejo enfrente. El jaleazo del juicio con su esposa, Amber, lo dio la tele en directo, en Estados Unidos, y la prensa en general quiso dividirse entre los que daban credibilidad a la denuncia de Amber, y quienes vieron en eso una estrategia para forzar un divorcio de escándalo y atajarlo con un pacto de pasta o pastizara. La cosa casi se ha olvidado. A mí el enigma de ese matrimonio, que duró poco más de un año, me trajo dos cosas, preferiblemente: que Amber es una monada de alto misterio, y que Deep es un corsario con gafas, que es la última cosa que usaría un corsario. Amber es un poco pariente de Vanessa Paradis, la mujer anterior de Depp. Ambas resultan un desmayo de rubia que le va muy bien a su empaque de raro desmadejado. Antes, vivió romances con algunas exóticas de su gremio o de otros, como Kate Moss o Wynona Rider . A Depp le llaman alternativo porque es un lord Byron que se hubiera fumado un par de porros, y así no hay manera de fijar a nuestro actor en el escaparate. Siempre le sobra o le falta un collar, una corbata, o una pulsera, porque es de llevar mucho de todo eso, y todo junto, en un barroquismo que es naturalidad. Desde hace años le falta la consorte, que ahí sigue, a lo suyo, y hasta se viene a Madrid a vivir un rato, de rubia incógnita. Entretanto, Depp se nos antoja, en un primer vistazo, lo mismo que un vistazo último: un poeta forajido, quizá un guitarrista que va demasiado al gimnasio. Un raro que ha dormido mal, en cualquier caso. Y a saber por qué causa. Amber, para el juicio de serie en serio, aportó testigos de amenidad. El actor James Franco, y Elon Musk, dueño de Tesla. Con ellos dijo Depp que le fue infiel Amber, mientras estuvieron casados. Al juicio acudía como si entrara o saliera del Festival de Cine de San Sebastián, muy puesto de vaquero ‘grunge’ y sombrero de gánster. Parece que siempre se hiciera un jaleo con la ropa, pero su carácter le ha dado a todo eso una proporción, una singularidad, una geometría, algo. A fuerza de descuidar el estilo se ha hecho un estilo propio, que es un desorden de chalecos de traje, fulares de retal, melenas de colgado y unas gafas de sol que son más bien gafas de luna de vampiro. Me conviene abundar en las gafas de Depp, porque las gafas no son apero de presumidos, sino más bien todo lo contrario. El que tiene gafas se las quita enseguida, para las fotos, porque las gafas ponen años, y hacen al usuario un poco o un mucho bibliotecario de la propia estampa. En Depp se da el caso contrario, porque ha convertido las gafas, acaso necesarias, en un adorno a contracorriente, en un detalle interior, en una rebeldía. Me acreditan que su película última es un tostón. El no, o no tanto. He aquí a un padre de familia que no lo aparenta. A un tipo que se hace mayor, aunque no tanto. Igual es por las gafas.



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Author : (abc)

Publish date : 2024-09-28 02:34:53

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